Un nuevo álbum en vivo de Iron Maiden resulta tan poco
sorpresivo como la lista de temas que la banda viene eligiendo para sus shows
desde hace ya más de una década. Seis o siete canciones de los dos últimos
trabajos hasta la fecha y los clásicos de siempre, salpimentados con ínfimas o
nulas sorpresas. Nunca un “Alexander The Great”, un “Rime Of
The Ancient Mariner”, o un “22 Acacia Avenue”, y ni que hablar de un “The
Loneliness Of The Long Distance Runner”. En su lugar, “Sanctuary”, “The Evil
That Men Do”, “Hallowed Be Thy Name”, “The Number Of The Beast”, “2 Minutes To
Midnight”, “Fear Of The Dark”, etc., etc… y, por supuesto, “Iron Maiden”. Todas rotundas e indiscutidas piezas de antología, sin
duda alguna, pero ¿cuántas versiones en vivo de esta lista de temas fueron ya
editadas? (Nota: este comentario fue escrito, claro está, antes de la gira "Somewhere Back In Time") En lo que a mí respecta, el nivel de calidad tanto instrumental como
sonora alcanzado por “Live After Death” (1985) -acaso la obra en vivo
más lograda del género, junto con “Made In Japan” de Deep Purple-
resultó ser tan alto que todos los posteriores intentos de recapturar la magia
de la Doncella sobre las tablas no estuvieron a la altura de las
circunstancias. El olvidable “Live At Donington” (1993) y,
fundamentalmente, las entregas separadas de “A Real Live One” y “A
Real Dead One” (ambos también de 1993.... ¡el año de la sobredosis maideana
en vivo!) sufrieron de una mediocre calidad de grabación y mezcla, y, tal vez debido a la incipiente salida de Bruce Dickinson,
un desempeño anodino por parte del quinteto.
El caso de “Rock In Rio” es un tanto diferente.
Dickinson está de vuelta, Adrian Smith se reincorporó como tercer
guitarrista, y el álbum promocionado es nada más ni nada menos que “Brave
New World”, el disco más interesante de los ingleses en los últimos diez
años. Los defectos de siempre siguen presentes (playlist absolutamente
previsible, mínimas variaciones en los temas), pero la atmósfera es de novedad
y excitación pura. Por primera vez en muchos años, uno realmente tiene
ganas de escuchar los nuevos temas en vivo, y las estupendas “Blood Brothers”,
“Ghost Of The Navigator” y “Dream Of Mirrors” (mis favoritas) no decepcionan. “¡¡Maiden
del siglo 21!!” reza un sticker pegado en la portada de la placa, y,
de alguna forma, el grupo se siente renovado y distinto. Maiden
continuará siendo Maiden de aquí a la eternidad, sin importar el siglo, y un
cambio estilístico de consecuencias relevantes probablemente nunca ocurrirá.
Mejor así. Éso es justamente lo que uno pretende de la banda, y cuando todos -o
casi todos- los ingredientes correctos están presentes, el resultado es
sencillamente memorable. El trono ocupado por “Live After Death”
continúa desconociendo rivales, pero hoy, diecisiete años más tarde, finalmente
posee una digna escolta.
Curiosamente, durante la época de Blaze Bailey no fue
editado ningún álbum en vivo oficial de larga duración, prueba suficiente del
crítico período que la banda atravesaba pocos años atrás. “Sign Of The Cross” y
“The Clansman” constituyen los únicos resabios de esa época que, aparentemente,
el grupo interpreta hoy sobre los escenarios, y ambos fueron incluidos en este
álbum doble. Pero, irónicamente, el carácter sombrío y nebuloso de “Sign Of The
Cross” se beneficiaba de la garganta nasal y grisácea de Bailey, y aquí, en las
manos de Dickinson, pareciera no encontrar rumbo definido. “The Clansman” es
otra cosa. Pocos temas en la historia reciente de Iron Maiden fueron
reconocidos como “clásicos” de forma tan instantánea (“Fear Of The Dark” es
otro de ellos). Las hazañas de William Wallace parecieran incluso haber sido destinadas
a convertirse en una canción de la banda. Escucharlo a Dickinson aullando “freeeedoooom!!!”
junto con 200.000 gargantas eufóricas me puso la piel de gallina...
Grabado el 19 de enero del 2001 durante una de las
noches del descomunal festival carioca, “Rock In Rio” constituye
un fiel reflejo del presente de una de las instituciones indiscutidas de la
historia de la música pesada. La adición de una tercer guitarra resulta por
completo innecesaria, la garganta de Dickinson ya no es tan santificada como
uno quisiera, y muchos de los arreglos, cambios de ritmo y cortes de Nicko
McBrain tras los parches traslucen un dudoso gusto (ejemplos: “Dream Of
Mirrors”, de 5:58 a 6:04, “Fear Of The Dark”, de 5:20 a 5:26, y “The Number Of The Beast”, de
1:49 a 2:02). La obvia excepción: Steve Harris y sus sempiternos galopes, un
músico para quién los años no pasan y las cuatro cuerdas son extensiones de sus
dedos. Y no obstante estas observaciones, Maiden es Maiden y la magia,
afortunadamente, vuelve a irradiarlo todo. Bienvenidos, muchachos. Es bueno
tenerlos de vuelta.
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