Thursday, May 17, 2012

IRON MAIDEN “The X Factor” (EMI / Sanctuary Music, 1995)


Nadie en su sano juicio puede decir que extraña a Blaze Bayley como cantante de Iron Maiden. La explicación es sencilla: Iron Maiden sin Bruce Dickinson no era Iron Maiden. Y yo, como la mayoría de los amantes de la Doncella, debo reconocer que mis primeros acercamientos a “The X Factor” devinieron exclusivamente en frustración. El sonido nasal y opaco de la voz de Bayley, su evidente esfuerzo -pero no éxito- a la hora de mantener estable el nivel de energía durante los pasajes más demandantes (por momentos incluso parecía que se quedaba sin aire), y su imposibilidad a la hora de alcanzar las notas elevadas, provocaron el rechazo inmediato y unánime por parte de la prensa y el público. La garganta de Dickinson era famosa por sus alaridos inagotables y al estilo “sirena de policía” (muchos justamente lo apodaban de esa forma en inglés), mientras que la de Bayley emitía un timbre añejo y sin posibilidad de reparación alguna. La culpa nunca fue de Bayley, no obstante. Yo también hubiese aceptado cantar para Iron Maiden si me lo hubieran ofrecido, sin importar lo obvias y numerosas que mis limitaciones fuesen. El culpable se llama Steve Harris, y su error nunca debió haber salido de la sala de ensayo, mucho menos extendido por dos discos de estudio de una de las agrupaciones más importantes del género. ¿Cómo pudo Harris siquiera considerar seriamente a Bayley para el puesto? ¿Qué sortilegio extraño empleó el ex-Wolfsbane para convencer a un músico de su calibre y experiencia. de algo que no era cierto? 

La nueva re-edición de “The X Factor”, no obstante, permite apreciar al álbum desde un ángulo diferente, objetivo y más relajado, ya lejos de las expectativas descabelladas, la euforia por experimentar lo desconocido (el “¿cómo sonará?”) o el enojo incontrolable ante la desilusión. Sólo el paso del tiempo proporciona tal perspectiva, y en lo que a “The X Factor” respecta, el paso del tiempo fue irónicamente beneficioso. 

Aclaro: mi opinión sobre las dotes de Bayley como vocalista se mantiene firme, pero escuchar “The X Factor” luego de varios años significó poco menos que una revelación. El décimo trabajo de Iron Maiden constituyó en un principio un fracaso porque ofrecía precisamente lo que nadie quería escuchar en aquel entonces: una obra sombría, depresiva y reflexiva, casi asfixiante por momentos, y más preocupada en relatar las miserias de la "condición humana" y, sobre todo, la guerra y sus consecuencias psicológicas, en lugar de narrar las usuales aventuras épico-históricas y/o fantásticas tan características de la banda. En otras palabras: definitivamente no estábamos ante otro "Powerslave" (1984) o "Seventh Son Of A Seventh Son" (1988). Ni siquiera otro "No Prayer For The Dying" (1990). De las once canciones que conforman el álbum, al menos cuatro se encargan -directa o indirectamente- de intentar explicar el efecto que la guerra produce en un ser humano ordinario (“Fortunes Of War”, “Look For The Thruth”, “The Aftermath” y “The Edge Of Darkness”), mientras que la mayoría restante lidia con tópicos estrechamente vinculados con la angustia, la infelicidad laboral, las dudas existenciales o el hastío ante la sociedad moderna (“Man On The Edge” fue inspirada por el filme “Falling Down” -“Un Día De Furia”-, por ejemplo). Algunos de estos tópicos ya habían sido tocados anteriormente en "Fear Of The Dark" (recordemos, por ejemplo, "Afraid To Shoot Strangers", "Be Quick Or Be Dead" o "Weekend Warrior"). Pero aquí ocupan un rol irrefutablemente protagónico. Coincidencia o no, los momentos más tradicionales y predecibles pueden encontrarse en los tres primeros temas: la extensa, majestuosa e inconfundiblemente maideana “Sign Of The Cross” (el único resabio de la placa que subsiste ocasionalmente en los shows en vivo del sexteto), la enérgica aunque endeble “Lord Of The Flies”, y la citada “Man On The Edge”, cuyo costado literario amerita mayor interés que su faceta netamente musical, pegadiza pero ordinaria (no por azar se convirtió en el primer corte de difusión). Desde el cuarto tema en adelante, y salvo por intermitentes pasajes de puro galope o diálogos de guitarras gemelas, “The X Factor” se convierte en el único álbum de Iron Maiden que pareciera no haber sido compuesto por Iron Maiden. 

Acaso el elevado grado de oscuridad atmosférica presente en el disco constituya el producto de músicos adaptándose a un nuevo vocalista más afín a las descargas contenidas y los climas nebulosos que al ímpetu eufórico y el caudal irreprimible de su predecesor. Incluso el impactante arte de tapa (en mi opinión, uno de los más logrados de la discografía del grupo) y las fotos internas del booklet son más realistas en esta oportunidad, el primero una suerte de Eddie en versión carne y hueso (o goma y látex) siendo torturado, condenado a la silla eléctrica y sometido a extraños experimentos, y las segundas meras tomas estoicas de cada miembro, todos ellos vestidos rigurosamente de negro y bañados en tinieblas. Como el álbum mismo. 

Lo cierto es que piezas como “Judgement Of Heaven”, “Sign Of The Cross” (una elección atípica y valiente para la apertura de una obra que sería sometida al escrutinio absoluto desde el primer segundo), la cambiante y estupenda “Blood On The World´s Hands” (en la que Harris sorprende con un breve solo de bajo), la purgante “The Edge Of Darkness” o “The Unbeliever” merecen ser reconsideradas como lo que realmente son: excelentes canciones, complejas y arriesgadas, en las que la garganta de Bayley por momentos incluso se adapta a la perfección. El adivinar cómo las mismas canciones se hubiesen favorecido (o perjudicado) en las manos de Dickinson no dejaría de ser meramente eso: una adivinaza. Algunas instancias evidentemente sólo pudieron haberse beneficiado del porte robusto y los alaridos inquebrantables de Dickinson, pero en su gran mayoría “The X Factor” es lo que es, para bien y para mal, gracias a Bayley. 

El décimo larga duración de Iron Maiden constituye una obra fallida, sin lugar a dudas, pero sus defectos se arraigan exclusivamente en lo conflictivo de su creación y producción, los titubeos de un cantante novato que de ninguna forma podía cargar con el peso de su antecesor sobre sus espaldas, y una banda aparentemente confundida y dolida. Todo ello, justamente, convierte a “The X Factor” en un álbum único.

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