La buena noticia de la salida del nuevo número de MAELSTROM coincide con la mejor noticia de la que tenga memoria reciente: ¡me volvió la luz!
Dos semanas sin luz. Algo que no le deseo ni al peor de mis enemigos (bueno, ahora que lo pienso, hay un par de personas a las que no me molestaría ver pasar por algo así...). Resulta increíblemente preocupante comprobar en carne propia lo dependientes que somos de la electricidad. Nuestros ancestros se las arreglaron miles de años sin ella (y probablemente hayan sido mucho más felices que nosotros), pero para alguien como yo, adicto al cine, al DVD y a la música (¡y al aire acondicionado!), la cosa se pone literalmente negra. Y, por supuesto, ni hablar de las personas enfermas, ancianas o discapacitadas que realmente necesitan electricidad no para sus caprichos, sino para seguir respirando.
Menos mal que también soy adicto a la lectura, y para eso sólo basta con sacar una silla a la calle y deleitarse con el más económico de los hobbies. Eso sí: terminé gastando una fortuna en velas, comida no perecedera y pilas para un discman y un equipito de audio ultra-trucho que me compré para pasar el mal rato.
Lo peor fueron las duchas frías, las comida frías (estos norteamericanos tendrán mucha tecnología y bla, bla, bla, pero ¿por qué cuernos habrán optado por hacer las cocinas eléctricas en lugar de a gas?), las noches interminables (la temperatura rondó los 28 grados casi todo el tiempo, y la humedad se clavó en 100% un par de días, y eso que acá estamos en otoño), y el simple hecho de salir a la calle y ver los destrozos. Según el diario, de 26.000 semáforos que tiene la ciudad, sólo 16 funcionaban después de la tormenta. Y me refiero a dieciseis, y no diceseis mil. El tráfico, por supuesto, está hecho un desastre y hasta el día de hoy no parece mejorar mucho. Generalmente me lleva 15 minutos llegar al trabajo. Los últimos días me llevó 50.
Por suerte, la casa en la que estoy en este momento no sufrió grandes daños. En ese sentido no me puedo quejar, francamente. La cosa pudo haber sido mucho, mucho peor. Conozco gente acá en el trabajo que se quedó sin techo y ahora tiene que desembolsar miles y miles de dólares porque el seguro sólo les cubre un porcentaje de los daños.
Esperemos que el año que viene, cuando se inicie la nueva temporada de huracanes, la cosa no sea como en el 2004 y el 2005. Honestamente no creo que pueda soportar pasar por algo así de nuevo. Uno suele olvidarse rápido de los problemas una vez que llega el invierno y la temperatura se torna agradable, pero esas cinco horitas que pasé en el baño, apretado entre mis cosas y el inodoro, esperando que el techo saliera volando, no creo que me las saque de la cabeza tan sencillamente...
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