Tuesday, May 31, 2011

DRAUGAR “Weathering The Curse” (Moribund Cult Records, 2005)


Realmente hoy vivimos en un mundo en el que todo está al revés. Draugar se agrega a la cada día más extraordinaria lista (Leviathan, Crebain, Xasthur, Azrael, Winter Of Apokalypse, Wind Of The Black Mountains, etc.) de proyectos (muchos de ellos unipersonales) del más crudo black metal provenientes de Estados Unidos, y en la mayoría de los casos de su Costa Oeste. Imposible encontrar un lugar menos apropiado que California para fomentar obras como “Weathering The Curse”, verdadero epítome de todo aquello que el black metal más ortodoxo representa. Y no obstante, es en San Francisco donde residen “Hildolf”, el alter ego de Draugar, y su árida, gemebunda y perturbadora visión de la realidad que alimenta aún más a la NWONABM (“New Wave Of North American Black Metal”). De alguna forma, esta suerte de nueva elite continúa desarrollando el metal más negro imaginable al retomarlo justo en el punto preciso en el que la mayoría de las bandas noruegas decidieron hacer a un lado aquello que habían comenzado y popularizado, previamente a la metamorfosis estilística que persiste hasta la actualidad.

Como ocurría con los similares “The Tenth Sub Level Of Suicide” (2003) y “Tentacles Of Whorror” (2004) de Leviathan, la vastedad fuliginosa de “Weathering The Curse” (segundo larga duración de Draugar tras “From Which Hatred Grows” de 2003) adquiere proporciones abismales. Tanta misantropía resulta verdaderamente espantosa. El sonido de Draugar es hipnótico, desolado, disforme y ciclópeo a la vez, afectando los sentidos a un nivel casi subconsciente mediante un incesante staccato de repugnancia existencial. Un lamento contínuo, un grito hueco, carente de color, repleto de ira y disconformidad. Y un pseudo-letargo que sumerge los sentidos. Aquellos páramos de opresiva discordancia en los que “Filosofem” (Burzum, 1998) se regodeaba sirven de punto de partida para Hildolf, quien a su vez combina los alaridos al estilo “orco sollozante” (particularmente durante “Trails Of Blood That Lead To Dark Corners”) con la experimentación pesadillezca de “Min Tid Skal Come” (Fleurety, 1997) y los riffs de heladería al estilo grim de Dark Throne (“Laughing And Bleeding”). Lo ordinario no tiene cabida, lo sinsentido abunda y se torna perpetuo. El paisaje sonoro desafía lo lovecraftiano, lo expansivamente amorfo, pero las visiones cautivan con lo inenarrable de su belleza incoherente. Y Noruega tiembla con el triunfo de Draugar. Y el de tantas otras nuevas alternativas, todas ellas sumamente interesantes. Porque para presenciar la actualidad del metal más negro de todos en su encarnación más vanguardista y, al mismo tiempo, retrospectiva, basta con seguir buscando en el norte, pero esta vez en el continente opuesto. 

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