Thursday, May 12, 2011

MY DYING BRIDE "The Light At The End Of The World" (MFN, 1999)


Cuando todos ya la daban por muerta (bueno, al menos ése era mi caso), la novia más dolorosamente hermosa del metal vuelve a estar moribunda... ¡como corresponde! El papelón pseudo-moderno de "34.788 %... Complete" (1998) afortunadamente quedó en el más bienvenido de los olvidos, y los ingleses no tuvieron mejor idea que reconquistar a sus fans brindándonos más de 70 minutos de pura infelicidad y desdicha sonora, como en los viejos tiempos. "The Light At The End Of The World" representa, sin vueltas, un exitoso regreso a la época de "Turn Loose The Swans" (1993, voz podrida y logo ilegible incluidos) y "The Angel And The Dark River" (1995), aunque lamentablemente sin la emotiva magia de aquellos dos clásicos del doom metal moderno. Porque si bien estamos frente a un gran álbum, hay que reconocer que "The Night He Died" o "The Isis Script", por ejemplo, no llevan impregnadas la misma pasión, la misma mísera poesía o la misma belleza que sí destilaban "Two Winters Only" o "Your River". Ya de entrada, la ausencia del violín le juega definitivamente en contra a las melodías, y a pesar de que las guitarras se esfuercen, resulta imposible suplir el tal vez más característico de los ingredientes del grupo. Por otra parte, "She Is The Dark", "Into The Lake Of Ghosts" y "Edenbeast" tienen material de sobra como para dejar conformes a los corazones que disfrutan entristeciéndose, y los maníaco depresivos y demás enfermos suicidas sin dudas se regocijaran ad infinitum con los 10 minutos del tema que da nombre a la placa, cuya lírica es una de las más tristes y conmovedoras que hayan salido de la retorcida mente de Aaron. Si a semejante maravilla le sumamos una breve dosis de pura brutalidad como "The Fever Sea" (en la vena del "The Forever People" de "As The Flower Withers" de 1992),  una nueva versión de la vieja y querida "Sear Me" (hasta la fecha, la tercera), y uno de los mejores artes de tapa de los últimos tiempos, no hay más remedio que pasar las quejas por alto, y dignarse a disfrutar de la contradicción más reconfortante que me pueda imaginar: alegrarse deprimiéndose. 

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