Si “Where Lovers Mourn” (2003) constituía el álbum más logrado de Theatre Of Tragedy tras “Aegis” (1998) jamás editado por Theatre Of Tragedy, “Arcane Rain Fell” representa entonces la obra más devastadora y conmovedora de My Dying Bride en los últimos años no editada por My Dying Bride. Ése es el encanto de los suecos Draconian: apoderase de un sonido ajeno y retomarlo, con suma maestría y total control, en su momento de mayor gloria. El resultado, irónicamente, no se experimenta como un simple plagio, y ni siquiera como un “homenaje” más, sino como una suerte de preservación de todo aquello que convierte al pináculo creativo de un género determinado en algo único e irrepetible. En “Arcane Rain Fell” el doom metal al estilo de la época dorada de My Dying Bride, conscientemente o no (nos inclinamos por la primera opción, ¿no?), es elevado a la décima potencia. Más de lo mismo, sí, pero en mejor estado que nunca, y en muchos casos mejor incluso que los originales. Y bienvenido sea. Estas cosas no se explican, sino que se sienten. Y todo en “Arcane Rain Fell” nos hace pensar/sentir que estamos ante algo tan legítimo como honorable, cuya fuente de origen queda fuera de la discusión. Todo pareciera estar en su punto justo en este disco. Desde los primeros instantes de “A Scenery Of Loss” (si te gustan My Dying Bride, While Heaven Wept, Officium Triste y derivados, el primer minuto de este tema debería alcanzar para ponerte la piel de gallina de forma instantánea) hasta los más de quince minutos de “Death, Come Near Me” (una nueva versión del tema que originalmente apareciera en el demo “Dark Oceans We Cry” de 2002). Acaso ya hayas escuchado ideas similares anteriormente, pero de alguna forma el septeto consigue desplegar una obra cuya envidiable consistencia se siente como nueva al tacto de los oídos, y no da tregua bajo ninguna circunstancia.
“Arcane Rain Fell” despliega un estilo más lento, más nebuloso, más agrio y más abatido que “Where Lovers Mourn”. El disco apunta a las muñecas y amenaza con desangrarlas mediante navajazos convertidos en melodías. En esta oportunidad Anders Jacobsson gruñe tanto como recita (en algunos momentos de “Expostulation” podría ser incluso confundido con el mismísimo Aaron Stainthorpe), mientras que los contrapuntos de Lisa Johansson se tornan más distantes entre sí, y por ende más especiales. Draconian deja de lado al sonido teatralmente trágico de su debut para priorizar las desdichas de “la miseria de la luz del día”, aquel mal que todo amante del doom seguramente sabrá reconocer como propio una vez escuchada “Daylight Misery”. “otro día va a ir mal / otra lágrima en esta vida tan gris / si alguna vez me viste sonreír / deberías saber que adentro mío me sentí enfermo...”, reza una de sus estrofas. Draconian abre las puertas de sus/nuestras desgracias y nos dice “bienvenidos al club”. Y después las puertas se cierran. Todo se cierra. De eso se trata el doom metal. De cerrar, de asfixiar, de oprimir, de purgar. Exprimir lo poco que queda, hasta la última gota de vida. Para luego volver a empezar de cero.
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